Jacqueline Novogratz dice que la pandemia ha revelado todas las heridas abiertas de los sistemas que no son sostenibles.
Trabajaba en Wall Street hasta que un día decidió hacer un cambio radical en su vida, tomó un avión y se fue a Ruanda a crear el primer banco de microfinanzas del país.
Ese fue el inicio de una larga carrera que ha llevado a la estadounidense Jacqueline Novogratz a trabajar en algunas de las comunidades más pobres del mundo.
Fundadora y directora ejecutiva del fondo de inversión sin fines de lucro Acumen, ya lleva más de tres décadas dedicada a apoyar proyectos emprendedores.
Autora de libros como «El suéter azul» y «Manifiesto para una revolución moral», Novogratz y su red de socios han implementado innovadores modelos para promover negocios exitosos con impacto social en zonas vulnerables, como el «capital paciente».
En la década de 1980 trabajaba en Wall Street y decidió renunciar a su trabajo. ¿Por qué tomó esa decisión?
Trabajaba en el Chase Manhattan Bank y el 90% del tiempo lo pasaba viajando por distintos países del mundo en desarrollo, especialmente en Latinoamérica, en una época donde había dictaduras y una crisis financiera gigantesca.
Quedé cautivada en Brasil con el extraordinario y duro trabajo que hacían las personas de las favelas y la yuxtaposición con nuestro trabajo.
Estábamos cancelando cientos de millones de dólares en préstamos impagos, y movíamos el dinero a cuentas en el extranjero, pero no invertíamos en el país.
Hablé con mi jefe y le dije que quizás sería mejor invertir en las personas de bajos ingresos en las naciones donde operábamos, ya que nos pagarían los préstamos y además haríamos una contribución al país. Pero no funcionó.
Es interesante ver cómo la banca ahora toma estos temas más seriamente. Pero en 1985 era diferente. Entonces me di cuenta de que no sería efectivo promover un cambio desde dentro del sistema bancario y que debía renunciar.
En esa época escuché sobre el trabajo de Muhammad Yunus y sus microcréditos.
Eran los primeros tiempos de las microfinanzas y de acercar la banca a personas de bajos ingresos.
Y ahora he estado haciendo este trabajo por 35 años.
¿Qué lecciones ha aprendido trabajando en el mundo de la pobreza?
La primera lección es que lo opuesto a la pobreza es la dignidad.
Creo que gran parte de esta idea viene del trabajo que hice en Ruanda. Fue ahí donde inicié el primer banco de microfinanzas del país con un pequeño grupo de mujeres líderes.
Cuando se produjo el genocidio en 1994 tuve que enfrentar el hecho de que esas mujeres asumieron distintos roles, incluyendo el de convertirse en perpetradoras del genocidio.
Esa experiencia me cambió. Aprendí que la pobreza no solo tiene que ver con los ingresos, se trata de dignidad. Se trata de tener la capacidad de contribuir al esfuerzo colectivo.
Aprendí que si vamos a construir un mundo sin pobreza, también tenemos que confrontar nuestro empobrecimiento espiritual y no solo la pobreza material.
Usted habla de dimensión material y moral de la pobreza. ¿No le parece que la dimensión política también es importante?, ¿no le hace falta esa pieza en el rompecabezas?
Creo que todo está conectado. Si la política está divorciada de nuestra humanidad, la gente se vuelve invisible. Cuántas veces nos hemos enfrentado a la invisibilidad de los pobres.
En India, por ejemplo, trabajamos con mujeres de bajos ingresos, en una zona en que los políticos querían trasladar el barrio a otra parte para crear oportunidades para la inversión extranjera, sin ninguna consideración por las personas.
A menudo es la corrupción una de las causas que mantiene a las personas en la pobreza. Entonces, es un conjunto de elementos.
La buena noticia es que está en nuestras manos. La pobreza es dignidad y la dignidad depende de un esquema moral más saludable.
Eso significa que nuestros sistemas políticos y económicos también deben inscribirse dentro de ese esquema moral.
Y en el trabajo que ustedes hacen en Acumen, ¿por qué no incorporan campañas para impulsar cambios a nivel macro en la toma de decisiones políticas y económicas?
Es una pregunta que me he hecho toda la vida.
Como emprendedores sociales trabajamos en la construcción de buenos modelos de negocios. En la medida que esos modelos han crecido, hemos hecho alianzas con gobiernos o en algunos casos con empresas.
Estamos agradecidos de los activistas que hacen campañas para que cambien las políticas; nosotros contribuimos con lo que hemos aprendido sobre cómo esas políticas pueden ser implementadas de una manera pragmática.
Entender cuál es nuestro rol y con quién tenemos que hacer alianzas es muy importante.
Lo otro que hemos aprendido es que necesitamos liderazgo y no solo modelos de negocios.
Por eso creamos una academia concebida como una escuela para el cambio social.
Desde ahí hemos apoyado a cerca de 750 líderes emprendedores emergentes en distintos países.
Muchos de ellos se han convertido en personas influyentes en sus comunidades y, en algunos casos, se han transformado en funcionarios gubernamentales.
Nuestras empresas y nuestros líderes han ayudado a proveer servicios asequibles en áreas como la salud, educación, energía, agricultura, para cerca de 300 millones de personas de bajos ingresos.
Ustedes son una organización sin fines de lucro, pero hay muchos fondos que invierten su capital con la idea de conseguir rentabilidady, al mismo tiempo, contribuir a causas sociales o ambientales. ¿Cómo ve ese tipo de iniciativas?
Aunque somos una organización sin fines de lucro, tenemos tres servicios con fines de lucro bajo nuestra estructura corporativa.
La razón es que hay un amplio espectro de capital que permite que los emprendedores construyan el tipo de empresas que puede crecer y llegar a millones de personas.
Por eso trabajamos con distintos tipos de fondos, como las subvenciones a los proyectos en su etapa inicial, que denominamos «capital paciente», donde los inversores esperan una rentabilidad en el largo plazo, 10 o 15 años.
También trabajamos con fondos filantrópicos y otro tipo de inversiones.
La realidad es que operamos en áreas difíciles hasta llegar a un punto en que podemos decir que es una empresa para invertir en ella.
Por ejemplo, en las zonas posconflicto en Colombia ha habido muy poca inversión. Ahí hay un bajo nivel de habilidades, muy poca infraestructura y casi nada de confianza.
Nosotros hemos trabajado con una asociación de agricultores por muchos años hasta llegar a un punto en que los granjeros tienen su propio plan de negocios, pagan los préstamos y son dueños de su propia empresa.
El problema es que a menudo es muy difícil para las personas de bajos ingresos acumular activos, como puede ser una casa o tener un negocio, que es la manera de construir riqueza.
La riqueza no se construye solo con ingresos. Y ese problema es parte de un sistema que falla en el capitalismo.
En relación a eso, algunos dueños de grandes empresas y fondos de inversión han dicho que es necesario arreglar el capitalismo, ¿es partidaria de esa idea?
Yo creo que tenemos que reimaginar el capitalismo.
Por demasiado tiempo este sistema ha funcionado bajo la primacía de los accionistas y no se ha hecho cargo de las externalidades que produce, usando términos económicos.
No premiamos a las compañías por sus buenas acciones, como instalarse en áreas difíciles o contratar y apoyar a personas que no han desarrollado habilidades.
Tampoco se toma en cuenta el daño medioambiental que producen nuestras empresas. Eso no es sostenible.
Una de las cosas en que nos hemos enfocado en los últimos 20 años, es medir lo que realmente importa, en vez de medir solamente lo que se puede contar.
Es fácil medir las ganancias, pero es muy difícil medir el impacto social.
Para cambiar el capitalismo hay que entender las necesidades de todas las partes que participan en un negocio y no solo los accionistas.
Tenemos que pensar a largo plazo. Tenemos que encontrar una nueva manera de medir qué es el éxito. El cambio requiere un ética que reconozca el valor de lo colectivo.
Nosotros vemos los cambios que ocurren con nuestros proyectos cuando a la gente se le paga bien, cuando los empleados tienen oportunidades reales para su crecimiento, cuando las personas pueden tomar sus propias decisiones y pueden crear empresas sostenibles en el largo plazo.
¿Pero cómo va a convencer a las personas con poder económico y político que no tienen esa ética colectiva, que solo están interesados en la rentabilidad de su empresa? Le pregunto porque la ética en los negocios, o el marco moral al que usted hace referencia, es algo a lo que no se puede obligar…
Yo partiría con el creciente número de directores de empresas que quieren hacer cambios, que quieren redefinir el propósito de los negocios, porque el camino que estamos siguiendo ahora no es sostenible para la humanidad.
Lo segundo es mostrarles a ciertas empresas que si siguen por el mismo camino su propio negocio no será viable.
Lo bueno es que hay una nueva generación que no está interesada en trabajar para empresas que dañan el medioambiente, por ejemplo.
Además, el mundo tiene ciertas herramientas para desafiar a esas empresas que no quieren avanzar en el cambio.
Y por otro lado, los clientes están cada vez más interesados en cómo viven las personas que intervienen en la cadena de producción.
En el largo plazo, las empresas sin un propósito más allá de las ganancias, tendrán menos valor y serán menos exitosas.
Entonces las empresas deberían ajustar el rumbo por su propia sobrevivencia, no solo por fines morales…
Sí, por su propia sobrevivencia y porque es lo correcto.
¿Piensa que el aumento de la desigualdad, especialmente ahora durante la pandemia, puede causar una nueva ola de disturbios sociales?
No se trata de si la va a causar o no. La desigualdad ya está provocando disturbios en muchas naciones. Lo hemos visto en Nigeria, Pakistán, India.
Esta pandemia no solo ha dejado en evidencia la gran desigualdad, también ha revelado todas las heridas abiertas de los sistemas que no son sostenibles.
Las personas de menores ingresos son las que más se enferman porque viven en espacios hacinados, con acceso limitado a la salud. Y en educación, estamos viendo una generación que quedará aún más atrás.
En las comunidades donde trabajamos, hemos visto cómo la gente se queda sin comida y hemos visto cómo el hacinamiento genera más violencia.
Hay una urgencia de ir más allá de las ideologías y enfocarnos en cómo le podemos dar más al mundo de lo que tomamos de él, como un imperativo moral.
La buena noticia es que como seres humanos somos espíritus emprendedores capaces de resolver problemas.
Durante la pandemia he visto un extraordinario nivel de innovación, con emprendedores en comunidades de bajos ingresos que resuelven sus problemas con lo que sea que tienen a la mano. Yo diría que donde hay oscuridad, al mismo tiempo hay luz.
Fuente: bbc.com